Ráfagas: Otra más de la CAASIM
CIUDAD DE MÉXICO, 20 de septiembre de 2016.- Todos los ciudadanos que quieran tienen derecho a realizar manifestaciones en contra de las bodas entre personas de un mismo sexo, pero me parece que se meten en lo que no les importa.
Las iglesias también tienen derecho a pronunciarse contra las llamadas “bodas gay”, pero han perdido el sentido de la prudencia cuando alientan manifestaciones callejeras contra decisiones del Estado y sus órganos de gobierno.
Y no porque lo que diga o haga el Estado sea inatacable, no, tienen derecho a disentir y expresarlo. Pero en México el choque entre la Iglesia y el Estado ha provocado guerras civiles. La última ocurrió hace menos de cien años. Acaba de suceder.
Lo que haga y diga la Iglesia, o las iglesias en este caso, no es indiferente o una voz más de la pluralidad democrática.
Se requiere, por parte de los dignatarios eclesiásticos, prudencia y cordura.
¿Cómo que alentar mítines callejeros contra las bodas civiles entre personas de un mismo sexo?
Si dos personas deciden unirse por medio de un contrato civil para efectos de pensión, seguridad social, herencia o porque les viene en gana, ¿cuál es el problema?
Las iglesias están en contra porque tienen otra concepción de lo que es una boda religiosa, a lo cual tienen derecho. La solución es muy sencilla: que prohíban a sus seguidores casarse entre quienes tienen un mismo sexo.
Que no casen a nadie que se pretenda unir por la Iglesia, si no cumple con los requisitos que esa fe y sus muy legítimos dogmas demandan.
Pero querer bloquear que dos hombres o dos mujeres firmen un contrato civil porque quieren vivir juntos el resto de sus días, es una intromisión en el libre arbitrio de los ciudadanos.
No debería ser siquiera materia de discusión. Es asunto de ellos y punto.
Según algunos sectores ubicados en la extrema derecha de nuestro tablero político, el matrimonio tiene por finalidad la reproducción de la especie humana.
Es una barbaridad circunscribir el matrimonio a la mera función reproductiva, pero tienen derecho a pensarlo y a decirlo.
Y que sus iglesias, si quieren, no le den la comunión a los esposos –hombre y mujer- que han decidido no procrear hijos. Ni a las madres solteras, ni a los hogares (cerca del 30 por ciento) que son sostenidos por una mujer porque el varón se marchó.
Lo anterior es asunto de las iglesias y su sintonía con el mundo moderno. Allá ellas.
Pero el Estado tiene el deber de tutelar el derecho de las minorías, incluso de las minorías religiosas.
Pretender que el Estado se desentienda de las minorías o las aplaste, es totalitarismo.
En nombre de la Verdad de las Mayorías (con mayúsculas) se han llevado personas a la hoguera, a las cámaras de gases y a los campos de regeneración, como hicieron en Cuba con los homosexuales y en la Unión Soviética con los disidentes ideológicos.
Si quieren enfrentar a la cruz con el arcoíris cometen un peligroso error histórico, especialmente en México.
Y menosprecian al que murió en la cruz, cuyo mensaje fue amaos los unos a los otros.