Ráfagas: Voracidad panalista
En este pandémico año abrumador, el deporte nos regala dos imágenes de impacto: una para el regocijo; otra para maldecir. La proeza de “Checo” Pérez contrasta con la “cruzazuleada” más vergonzosa de la historia futbolera.
Primero el “bueno” y al final los pésimos.
“Checo” lleva diez años compitiendo en la categoría reina del automovilismo deportivo. Esta ha sido la mejor temporada para el piloto jalisciense, destacado por su terquedad frente a la adversidad.
El domingo, en Bahrein, arrancó en la quinta posición y durante la primera vuelta pasó al último lugar por un choque. Pérez no bajó la guardia; desde el fondo remontó a la cumbre, en una competencia absolutamente loca, en la cual se equivocó el equipo Mercedes, que nunca se equivoca.
–¿Justicia divina?
–A veces los dioses tiran los dados con resultado inesperado.
Pasaron cincuenta años, medio siglo, para que un mexicano trepara a lo más alto del podio en la Fórmula 1. “Checo” inscribió su nombre junto al legendario Pedro Rodríguez; lloró al escuchar el himno nacional. Nos regaló orgullo.
En alto contrate, la “Máquina Celeste” rozó el triunfo y terminó descarrilada. De la luz intensa a la oscuridad total. Si algo podía salir mal, a Cruz Azul, como siempre, le salió fatal. Lo fácil tornó imposible. Lo grande se esfumó frente a unos Pumas implacables que, cargando una losa de 4 goles a cuestas, lograron lo imposible: remontar, ganar, avergonzar y humillar al eterno hazmerreír de la liga de la patada nacional.
Alto contraste: para Sergio Michel Pérez Mendoza, el “Checo”, presente de encanto, cielo, gloria… y futuro incierto. Para Cruz Azul, lo que siga después del infierno.