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PACHUCA, Hgo., 3 de enero de 2015.- La señora Salas es una madre de familia cuyos rasgos físicos si bien no parecen de la región, tiene algo en común con la mayor parte de la población en Pachuca: sus recursos son insuficientes y sus necesidades muchas, sobre todo en esta temporada navideña donde la magia sentida por los niños contrasta con la preocupación de los padres por mantener, o más bien costear dicho espíritu.
Ahora la señora Salas tiene algo en común con más padres de familia de la capital hidalguense, fue defraudada en el mercado Miguel Hidalgo, conocido también como Fayuca.
Una de sus hijas es una adolescente cuyas exigencias son cada vez más costosas aunque también más comunes para dicha población, deseando esta un teléfono inteligente. El otro de sus hijos es aún un niño aunque para ellos no existe conciencia para los gastos como tampoco la hay por acumular consolas, y es que los fabricantes tienen títulos exclusivos para cada una de ellas.
Como muchos otros padres, antes de poder adquirir algo, tuvo que despedirse de otro algo si no menos útil por lo menos con menos valor sentimental, porque los hijos siempre son primero. Y aunque se despidió en una casa de empeño, parecía una de esas despedidas que son para siempre, porque la señora Salas sabe que con tasas que alcanzan el 30 por ciento mensual, no cuenta con ninguna certeza de volver a ver su prenda.
LOS COMERCIOS DEFRAUDADORES
Fue así que le llamó la atención un puesto, primero por los aparatos y luego por el precio, denominado “Celular y Tablet Armando” ubicado en la planta alta y en el local 165 del interior del mercado Miguel Hidalgo. Allí dejó más que sus billetes; como todo comprador, depositó también su confianza.
Bastó un día para que los aparatos dejaran de servir. Los regresó y los recibieron a regañadientes. Que ella los había descompuesto le dijeron. Luego le increparon una supuesta falta de cuidado. Finalmente aceptaron cambiarlo siempre que ella pagara la revisión de los aparatos que devolvía. Y el proceso sucedió en varias ocasiones, algunas veces recibiendo aparatos que se desbarataban en las manos: “de esos sí no me pudieron sacar un céntimo porque en su cara se desbarataban”-dijo-.
Su dinero, no lo podían devolver, tenía que llevarse otra mercancía. Todas ellas defectuosas. Ya hasta la recibían con risas señalando que tenía algún tipo de maleficio que nada le funcionaba; pero los que no funcionaban eran ellos y tampoco sus aparatos.
EL CONTUBERNIO DE LA POLICÍA
La señora Salas se fastidió y aunque no es una persona que levante la voz, la ira causó un efecto involuntario que hizo que los comerciantes, ahora de los puestos de al lado, se levantasen todos en su contra. Encararon a una mujer mayor de cincuenta años no menos de 8 personas, bloqueando la salida, vaya valentía la de los comerciantes.
Como pudo, salió, entre empellones. Llamó a un policía, con él se desahogó. El uniformado miró hacia el mercado. Luego solamente asintió. Y al final simplemente le dijo que ella tenía la culpa por meterse a esos lugares, que no podía actuar sin una denuncia pero que como ella había comprado mercancía que “ella misma sabía que era robada”, según el uniformado, pues ella también era cómplice y resultaría presa.
Al final, contando las múltiples reparaciones por los cambios, los productos fueron los más caros que haya comprado la señora Salas jamás. Superaron el costo de los que se encuentran en establecimientos de prestigio y los últimos dados también estaban descompuestos. El susto, los empujones, la impotencia, el arrepentimiento, esos fueron gratis.
Piense dos veces antes de comprar en “La Fayuca”.