
Muestra Claudia Sheinbaum avances del tren México-Pachuca
PACHUCA Hgo, a 3 de julio 2019.- Han pasado más de cinco meses de la tragedia más impactante de la que se tenga registro en Hidalgo.
Las cifras oficiales registran 136 personas fallecidas por calcinamiento en lo que en su momento pareció una danza lúgubre, una fiesta macabra en la que cuerpos incendiados caminaban por un campo de cultivo que aquella tarde parecía haber sido sembrado de cadáveres.
El desastre, que mereciera la atención nacional e internacional fue triste inicio de acciones destinadas a la prevención de nuevas desgracias que pudieran costar la vida de inocentes e implicados en este delito que, hasta el año pasado, parecía no tener control.
Aquel lugar de Tlahuelilpan, muy cercano a la zona urbana, se había convertido en un foro público para presenciar un acto insólito, juegos infames en los que participaban niños, jóvenes y adultos, un lugar en el que se veía caer la tarde con el fresco de la mitad del invierno que, en segundos, se convirtió en una hornilla gigantesca de la que nadie cerca pudo escapar.
Fueron 108 los infantes que perdieron familiares en los alrededores de ese ducto. Y 68 familias que se quedaron sin abuelos, padres, madres, hermanos, tíos, primos que, si bien no todos buscaban hacerse de combustible, sí habían asistido por curiosidad a presenciar la espectacular fuga alrededor de la cual, afirman testigos, había hasta comerciantes ambulantes.
La teoría más cercana a la causa del siniestro responde a que alguien entre el público maravillado ante el ducto perforado y la fuente arcoíris de hidrocarburo, habría decidido presenciar el desafortunado espectáculo en compañía de un cigarro, una colilla, un chispazo que fue el inicio de la desgracia que pareciera una burla para la pobreza.
De las 68 familias afectadas, no se reconoce una sola de clase media, los hijos menores de las mismas se han quedado ahora al cuidado de familiares cercanos, los huérfanos de la explosión dependen ahora de familias rotas, algunas uniparentales, la mayoría al cuidado de madres que en enero se convirtieron a fuerza de luto en jefas de familia.
Esta mañana apenas, más de cinco meses de la tragedia, muy cerca del lugar de la ignición, que ya reverdece nuevamente tras la primavera, otra toma clandestina fue detectada y controlada. Ya nadie se acerca tras el aprendizaje que a golpes de muerte alejó a los curiosos, a los oportunistas de una comunidad que no es pobre desde la explosión, sino que sufre carencias desde antes de la misma.
Carecer de educación pareciera, entonces, la causa más importante y desafortunada de una tragedia de la magnitud de la sucedida en Tlahuelilpan.
Las 108 becas proporcionadas a estudiantes de educación básica que perdieron familiares en el sitio tendrán su valor más allá de los recursos económicos destinados a evitar la deserción escolar.
Si bien ningún dinero es suficiente, ni tampoco devolverá la vida a sus familiares, 108 niños y niñas tendrán la oportunidad de contar con educación, materia base para comprender el alcance de los actos de la masa impulsiva, voluble y excitable en Tlahuelilpan.
Serán ellos quienes en el futuro, a partir de la experiencia más dolorosa de sus vidas, podrán poner un dedo de frente a sus familias, a vecinos, a poblaciones enteras para evitar que se cumpla nuevamente la definición de Gustav Le Bon y la psicología de masas en la que un Alma Colectiva, formada por individuos con modos de vida semejantes actúen distinto a como lo harían de forma aislada olvidando el sentido de responsabilidad.
Será a través de ellos, de su educación y el aprovechamiento de la misma, que se hagan realidad lo que ahora solo son deseos y discursos en actos oficiales.
Será con ellos y su aprendizaje de la experiencia que se logre la reiterada “reconstrucción del tejido social” en la que tanto insistió Omar Fayad en la entrega de becas, ese tejido social que haga posible que la población misma se una para denunciar la perforación de ductos.
La tarde de este miércoles culminó con el sol cayendo sobre el patio de una escuela cercana al lugar de la tragedia, del semillero de próximos ciudadanos se fueron los funcionarios públicos tras el recorrido por las nuevas aulas del colegio, callaron los equipos de sonido y las comitivas una a una fueron dispersándose, pero sin querer, los 136 muertos del 18 de enero aseguraron hoy la educación de sus hijos cumpliendo con una de las premisas más recurrentes entre padres de familia: “que mis hijos no pasen nunca lo que yo pasé”.