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MORELIA, Mich., 6 de julio de 2015.- Cada vez hay mayor evidencia científica sobre los daños potenciales a la salud por el uso de la agrobiotecnología transgénica y herbicidas como el glifosato, indicó Emmanuel González-Ortega, quien realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Ecología (IE) de la UNAM.
En nuestro país muchos investigadores están en contra de la siembra de maíz transgénico; argumentan que no es necesario, pues la producción agrícola del grano nativo cubre los requerimientos de cantidad y necesidades alimenticias de la población.
Se conoce como cultivo transgénico a aquel cuyo material genético ha sido modificado; a la planta se le insertan genes procedentes de otros organismos para otorgarle características que no posee de manera natural.
A variedades comercialmente disponibles en diferentes países –principalmente maíz, algodón o soya transgénica– les han introducido información que les hace producir su propio pesticida o ser tolerantes a herbicidas químicos como el glifosato (en México se le conoce como “Faena”), por ejemplo.
Sin embargo, no se sabe a profundidad cuáles son los efectos que producen las inserciones de transgenes en el genoma y proteoma de las plantas, aunque hay estudios que han encontrado, en las de maíz, alteraciones en la expresión general de proteínas.
En ciencia, en la tecnología agrícola y en cualquier actividad humana debe observarse irrestrictamente el principio precautorio. Quienes se oponen lo hacen por el peligro que representan las variedades transgénicas para la biodiversidad del maíz.
Además, no se puede dejar de lado la parte cultural, simbólica y económica que tiene para los pueblos en México.
Resultado de miles de años de selección por las diversas culturas de nuestro país, las más de 60 variedades nativas de ese cereal constituyen una enorme riqueza genética que servirá para cubrir las necesidades de mejoramiento genético actual y futuro.
Adicionalmente, en el contexto de eventualidades como el cambio climático, las variedades tradicionalmente adaptadas a condiciones que pueden considerarse extremas serían una reserva genética invaluable para generar híbridos tolerantes.
No se puede permitir que en México, donde surgió y se domesticó el maíz, se destruya la herencia biocultural que representa, dijo.
Proyecto universitario
En una investigación, coordinada por Elena Álvarez-Buylla, del IE de esta casa de estudios, González-Ortega efectúa un monitoreo e identificación de secuencias transgénicas en alimentos elaborados con maíz (tanto tradicionales como en productos elaborados industrialmente) y en muestras de semillas colectadas en diversos puntos del territorio.
Además, invita a campesinos y productores agrícolas a tener contacto con el laboratorio del IE a fin de analizar sus cultivos y corroborar que no existan secuencias transgénicas en sus maíces, que muchas veces son herencia ancestral.
“Encontrar transgenes en variedades nativas podría implicar riesgos a la biodiversidad, a la salud de las personas y pérdida de la soberanía alimentaria”, apuntó.
Este monitoreo es importante por cuestiones nutricionales, económicas, culturales e históricas. El maíz es el principal alimento de nuestra población, algunos datos indican que el mexicano promedio consume más de 500 gramos al día en diferentes presentaciones (tortillas, atoles o tostadas).
Además, en la cocina tradicional se caracteriza por estar poco procesado, en comparación con alimentos industrializados.
Con el supuesto de que México es el país que consume más maíz, y en el caso de que exista grano transgénico en los alimentos, ello implicaría un potencial riesgo para la salud pública, resaltó González-Ortega.
Los cultivos convencionales usados actualmente son resultado de procesos de domesticación de especies nativas, realizados por los pueblos originarios a través de miles de años.
En cambio, la introducción de genes específicos (particularmente de material genético proveniente de organismos diferentes a los receptores) se hace mediante la ingeniería genética, una técnica relativamente reciente que se lleva a cabo en laboratorios especializados. “Esto y la generación tradicional de variedades son cosas muy diferentes”, remarcó el posdoctorante.
Los grupos que están a favor afirman que desde hace por lo menos 25 años se consume y no se han reportado efectos adversos, pero esa postura es irresponsable, consideró.
Si no se han hecho estudios en laboratorio sobre los efectos en los genomas o en la expresión de las proteínas de las plantas, en un contexto agrícola específico, o en las condiciones socio-económicas o culturales de una población, no puede aseverarse que no hay efectos secundarios o que la agrobiotecnología es inocua.
En Estados Unidos el 93 por ciento de los maíces que se siembran son transgénicos y se han liberado sin haber pasado previamente por esos estudios, remarcó.
Resultado de sembrar semillas transgénicas
Un ejemplo de lo que podría pasar en México si se permite la siembra masiva (comercial) de maíz y soya transgénicos, es lo que ocurre en algunos países del sur del continente, como Argentina.
En la década de los 90 en el país sudamericano se permitió ese tipo de cultivo (soya) y actualmente es el mayor exportador mundial; percibe grandes ingresos por la venta de su producto, resistente al herbicida glifosato.
Desde hace años en las zonas sojeras de Argentina, en las que se asperja el herbicida desde avionetas, se han denunciado un aumento en el número de casos de cáncer, malformaciones congénitas y abortos espontáneos.
Este hecho coincide con el informe de una entidad de la Organización Mundial de la Salud, que reclasificó al glifosato como probablemente cancerígeno.
Para hacer esta tipificación no tomaron en cuenta los casos clínicos reportados en esa nación desde hace años. ¿Cómo se hubiera clasificado si los hubieran considerado?, se cuestionó González-Ortega.
En México se producen aproximadamente 22 millones de toneladas de maíz, mayoritariamente en tierras de propiedad comunal ¿Qué podría pasar si hay siembra masiva de maíz transgénico? ¿Qué ocurrirá si la población lo consume de manera indiscriminada?
Aquí ya se han aprobado cultivos transgénicos de maíz, soya y algodón tolerantes al glifosato. ¿Podríamos esperar aumentos drásticos en el número de enfermedades? No lo sabemos, pero sería oportuno estudiar el caso de Argentina, concluyó.