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Recién desembarcado en el puerto, el gran León Felipe fue colocado frente a un micrófono en una cabina de radio. “Acabo de llegar a Veracruz y camino guiado como un ciego”, susurró.
Pero atosigado por un locutor que de cien maneras quería arrancarle una declaración trascendente y una valoración sobre el nuevo y maravilloso medio, el poeta declamó:
“A mi me parece que es un gran confesionario, una dádiva sagrada que nos han regalado los Dioses para que el inglés o el español, por ejemplo, le cuenten sus crímenes y sus pecados al chino y al esquimal… Para confesarse los hombres… todos los hombres del mundo, los unos con los otros, los del norte con los del Sur… se ha inventado este aparatito.
“No tenemos nada que enseñar… sobre púlpitos y cátedras….
“Y todavía no tenemos nada que contar… Mi opinión es que mientras el hombre no tenga los pies y las manos muy limpios… tendrá ronca la voz.
“Podemos contar… contar… no referir… sino enumerar… Una… dos… tres… Una injusticia… dos injusticias… tres injusticias… la injusticia política… la injusticia eclesiástica… la injusticia social… etcétera.
“Yo he venido aquí, como voy a todas partes, a confesarme, honradamente, con los que me escuchan”.
El 21 de enero de 1945 Alfonso Reyes publicó en la revista Todo México “La radio, instrumento de la paideia”, una reflexión sobre el potencial de en ese entonces asombroso medio como impulsor de la educación en un país que vivía con dolor y entre adversidades.
Al repasar la historia luminosa de la radio, instrumento que fuera tan caro a los hombres que hiñeron la argamasa con la que se construyó este rincón del planeta llamado México, duele documentar cómo con el tiempo la mezquindad y la pequeñez que trae consigo el amor al dinero disminuyeron el alto ideal que se tenía de tal instrumento. Después vino la televisión, claro.
Nos dice el regiomontano universal:
“Con motivo de la campaña alfabética, han aparecido por ahí artículos sobre la importante función de la radio y los servicios que puede prestar para semejantes empresas de educación social. Me siento animado a suscribirlos todos. Cuanto acentúe la importancia de las nuevas artes -radio, cine-, cuanto contribuya a orientarlas y a utilizarlas en la construcción humana, que es nuestro deber inapelable, merece la mayor simpatía y la mayor atención por parte de los hombres de buena voluntad […].
“Aunque mucho se ha escrito ya sobre estas nuevas artes, y aunque en el cine, por ejemplo, debido a los cánones de Hollywood, se hayan introducido ya algunos esquematismos y rutinas que no dejan de desvirtuar la libre invención y de atajar los saludables sobresaltos del proceso vital, parece que tales nuevas artes van a disfrutar del privilegio que acompañó al crecimiento de la tragedia griega […].
“Cuando hablamos, pues, de orientar y aprovechar las nuevas artes, nos conservamos en un extremo respetuosos para su libre desenvolvimiento, y muy lejos estamos de querer imponer preceptos a estos delicados embriones.
“Ahora bien, si deseamos hacer entrar estas nuevas artes en los cuadros de los géneros clásicos, fácil nos será acercar el cine a la función literaria episódica (teatro-novela), y aun darle el crédito de que está llamado a ser la forma por excelencia para la épica de mañana; que ésta ya se resiste mucho a caminar sobre la sola expresión verbal, y en cambio se desliza muy a sabor sobre los complementos visuales que aportan la fotografía o el dibujo en movimiento […].
“Y, en cuanto a la radio -que en muchas de sus fases será sólo un refuerzo de la difusión literaria y la musical-, en una de sus aplicaciones más características vendrá precisamente a sustituir a la antigua oratoria.
“Aquí no entendemos por oratoria ese inútil alarde, esa danza de palabras ociosas ante un público sometido al chubasco por deber cívico o social, o arrebatado en el torbellino por la polarización fanática de unos instantes: no. Entendemos por oratoria todo aquel sistema sustentado en la retórica, en que Isócrates fundaba las bases del humanismo político y que Quintiliano organizó en verdadero programa de educación liberal. Entendemos por oratoria la educación de la sociedad por el hombre que ora o habla, a través de los recursos de la persuasión, servidos por el encanto artístico. Cuando los sofistas, fundadores de la ciencia social, abrían escuelas de retórica para formar oradores, querían decir: para formar directores políticos, maestros del pueblo, pilotos responsables de la nave del Estado.
“Pues bien, esta función de tremenda responsabilidad ha caído hoy en mano de los locutores de la radio. No de los meros anunciantes, claro está, sino de los periodistas del micrófono, que todos los días difunden informaciones, comentarios, consejos, ideas.
“La radio es instrumento de primer orden en esta educación que nos espera más allá de los años pueriles y juveniles, más allá de las escuelas, en el aire mismo de la vida, y que acompaña sin remedio toda nuestra existencia y la va modelando a lo largo de nuestros días.
“De esta construcción diaria del hombre por el hombre resultan el carácter y el valor de las civilizaciones. Los griegos la llamaron paideía, palabra desenterrada en nuestros días por el humanista Werner Jaeger y que es a la pedagogía lo que el género a la especie y lo que el todo es a la parte. La radio, nueva arte oratoria, instrumento de la paideía, tiene ante sí vertiginosas perspectivas. No sabemos hasta qué punto influirá en las determinaciones futuras de la especie humana. Por eso nos indigna tanto que se la use, en ocasiones, a tontas y a locas.”
En donde quiera que se encuentren, Alfonso Reyes y León Felipe deben estar preguntándose en qué momento la radio perdió el camino.
4 de abril de 2021
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